Sembrando Semilla de Dios - 2 Timoteo 3:16-17
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Hoy te presento al Dios que restaura

“Venid, oíd todos los que teméis a Dios, y contaré lo que ha hecho a mi alma.” Salmos 66:16

Si no has conocido a un Dios bueno, misericordioso y santo, hoy quisiera tener la oportunidad de compartirlo contigo. La Palabra de Dios dice que muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas nos librará Jehová. Desde hace muchos días la palabra restauración suena en mi corazón y se anidó en mi mente. De pronto me di cuenta como en una forma casi inmediata el Señor me llevó a agradecer una vez más su inmerecido amor.

¿Por qué digo su inmerecido amor? Porque ni tú ni yo merecíamos que Dios hubiera ido a la cruz para pagar por tu pecado y el mío. Cuando nosotros recibimos este sacrificio, por fe, y confesamos con nuestra boca a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador, entonces dice la Palabra de Dios que Él nos ha dado potestad de ser hechos hijos de Dios; no engendrados de sangre, ni por voluntad de nosotros los humanos, sino por la voluntad de Dios.

Estoy segura de que a estas alturas tu pregunta o quizás tu comentario es porque estos escritos me llevan tanto a lo que Jesús hizo por nosotros y que significa eso para ti y para mí. Te voy a dar un ejemplo en una forma muy resumida, pero que sé que lo vas a entender.

En el Antiguo Testamento llegamos a encontrarnos con un pueblo esclavo en Egipto. Ese pueblo era fruto de una promesa dada a Abraham. Ellos llegaron a Egipto en un momento de gran hambruna y se establecieron por mandato real en un área conocida como Gosén. En ese lugar designado por Dios ellos se multiplicaron y llegaron a convertirse en un gran pueblo. Al pasar de unos 400 años este pueblo ya no gozaba de los mismos privilegios y se convirtieron en esclavos del faraón. Sin embargo, Dios escuchó su clamor y envío un emisario llamado Moisés a la edad de ochenta años para que llevara a su pueblo por el camino de la libertad y para que se cumpliera la promesa dada cientos de años antes.

En el camino hacia esa tierra prometida tuvieron que atravesar un desierto que parecía interminable. Un desierto que les hablaba de calor y de frío, de escorpiones y falta de agua y alimento, de desesperanza y murmuración. Sin embargo, Dios trazó planes para que ellos fueran alcanzando lo que iba a convertirlos en una nación importante no solo para ellos, sino para todas las naciones de la tierra.

Dios sabía que el desierto iba a convertirse en una gran prueba para su pueblo, pero Él los estaba llevando a un lugar especial donde iban a poder desarrollar una intimidad con Él. En ese monte de Dios ellos iban a experimentar la diferencia entre ser esclavos a ser libres para adorar y alabar al único Dios verdadero. Ahí, les iba a mostrar a depender de Él en todo tiempo. Su Presencia iba a estar con ellos en el calor del día donde la nube de Dios los cobijaba y en el frío de las noches la columna de fuego del Señor los guardaba. Cuando sintieran hambre y sed, Él les iba a proveer el alimento y el agua.

En los desiertos tienes dos opciones: te enfocas en tus realidades o te fortaleces en tu fe para comenzar a ver con tu espíritu hacia donde Dios te quiere llevar. En el desierto, el diablo viene para tentarte y dejarte saber que no hay escapatoria de morir sin alcanzar tus metas. En el desierto el enemigo de tu alma busca robarte, matarte y destruirte, pero hoy Dios te dice que Él va a superar con su amor todo lo que te puede faltar. Dios quiere que tú sepas que todo lo que crees haber perdido, Dios lo va a restaurar. Las promesas de Dios son Sí y Amén y la tierra prometida está delante de ti para que la conquistes. Ese pueblo que un día estuvo esclavo llegó a conquistar la tierra prometida. Dios siempre deseó que ellos fueran cabeza y no cola, que ellos fueran bendecidos entre todas las naciones y que por medio de ellos las naciones fueran bendecidas. Su historia hasta el día de hoy sigue siendo una historia de restauración.

Te he puesto este ejemplo, pero hay muchos. Quizás en otro momento hablemos de como Dios restauró a su posición de autoridad a un hombre llamado Pedro. A través del amor de Jesucristo, su vida cumplió el propósito por el cual había sido creado.

Hoy mi pregunta hacia ti es: ¿quieres realmente conocer al Dios que restaura? Su nombre es Jesús. El único hijo de Dios que tanto nos amó que murió por ti y por mi para que hoy tuviéramos vida y vida en abundancia. Lo más importante para cualquier ser humano es tener la oportunidad de entrar por ese camino que te lleva a la cruz. Ahí en esa cruz, Dios te dice que Él lava tu pecado y te restaura para que vivas en la libertad que es Cristo Jesús.

Hoy cierro con esta escritura: “Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza.” Salmos 62:5


 

 
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