La oración es nuestro lenguaje de amor hacia nuestro Dios
Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. Lucas 11:9-10
Desde pequeña me enseñaron que era importante irnos a dormir y rezar creyendo que Dios nos cuidaba. Tuve personas en mi vida que, a su manera, sembraron en mí el conocimiento que Dios existía, pero como ya muchos saben, no fue hasta que fui una adulta que llegué quebrantada ante Dios. Llegué con un corazón arrepentido de haber vivido apartada de Él y deseando su inexplicable amor por mí. Su perdón no se hizo esperar y comencé a vivir a la manera de Dios y no la mía.
A través de los años aprendí que orar era hablar con Dios y decirle cuanto Él significaba para mí, cuanto yo lo necesitaba para recoger los pedazos del rompecabezas que yo misma me había encargado de desbaratar.
Aprendí a buscar cada día más de su Presencia, pues su deseo era que yo le hablara. Así como yo hablara, Él iba a estar atento y su oído iba a escuchar mi voz para responderme en su tiempo. Una de las primeras cosas que quiero compartir es cuán importante es que cuando oremos nuestros labios se llenen de alabanza y adoración al Padre. Qué por medio de nuestras palabras podamos transmitir nuestra gratitud por tanto amor, tanto perdón y tantas misericordias que día a día recibimos. Que maravilloso es saber que su amor nos envuelve y su gracia y su poder nos llena a diario.
Yo le busco y lo hallo, le llamo y Él está abierto para escuchar cada una de mis palabras. Algunas pueden ser demostrando mi amor, otras mis inquietudes por aquellas cosas que diariamente llegan a través de los afanes de la vida y otras cuando intercedo. La intercesión es olvidarte de tus necesidades y ponerte a la brecha por otros: los más vulnerables, las familias, los niños/jóvenes, así como los de la tercera edad. Otras son tiempos de interceder ante el Padre, en Nombre de Jesús y guiada por su Espíritu Santo para conectarme al corazón de Dios y clamar por lo que Él ama: las almas, que su justicia se cumpla en la tierra y que nuestros corazones se derramen ante su Presencia para que su naturaleza se haga cada día más real en nuestras vidas y la de todos en medio de la Iglesia de Jesucristo.
Hoy es un buen día para que te preguntes si realmente estás buscando el latido del corazón de Dios. Sabes, si estás serio en tu caminar con Jesucristo, lo mejor es pasar tiempo buscando su Presencia. Los que vivimos ocupados con los quehaceres diarios somos nosotros, porque Él siempre está disponible para escucharnos.
Las oraciones de hombres y mujeres en la Biblia son muchas, pero quiero llevarte a un momento específico en la vida de Moisés. Él fue el escogido de Dios para llevar hacia la tierra prometida a su pueblo. Sin embargo, podemos leer en el libro de Éxodo que mientras Dios le estaba dando las tablas con los diez mandamientos a Moisés, el pueblo se había desenfrenado y Dios iba a traer juicio sobre ellos. Moisés, ni corto, ni perezoso enseguida intercedió por ellos diciéndole a Jehová: este es su pueblo y que el propósito de su salida de tierra de esclavitud no era para raerlos de la faz de la tierra, sino para llevarlos a la tierra que les había prometido a los patriarcas: Abraham, Isaac e Israel. En la intercesión de Moisés podemos ver un hombre con un corazón manso, que reconoció que estaba ante la Presencia de Jehová, pero lo hizo usando la Palabra establecida por Dios mismo y con el denuedo de alguien que reconoció que había sido escogido para un momento como ese. El resultado fue que Dios se retractó de su decisión y le dejó saber a Moisés que su Presencia estaría siempre con Él para llevar a cabo la asignación que le había dado.
Yo me acerco al Padre no para mendigar, sino para reconocer que como hija sus promesas me pertenecen. Como hija debo tener una actitud de humildad y de mansedumbre reconociendo que estoy delante de la Presencia del Creador de todo lo creado: lo visible y lo invisible. De que mi Dios es mi Padre, y que, por la sangre derramada en la cruz a través de su Hijo Jesucristo, yo tengo acceso a su trono para seguir hallando su gracia y su misericordia diariamente. También sé que su Espíritu Santo me guía a orar como conviene cada momento de mi vida y lo hago creyendo con fe que Él me escucha y me responde.
La Biblia dice que oremos sin cesar. Vamos a poner nuestra confianza en aquel que nos amó y nos llamó por nuestro nombre. Padre, gracias por tu amor, gracias por tu perdón, gracias por cada palabra que me confronta para ser transformada por tu gracia y tu poder. Gracias porque sé que nuestras oraciones no tienen estorbo y que la naturaleza de tu Hijo se manifiesta más y más en nuestras vidas en el Nombre de Jesús.